¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado, Aleluya!
Qué maravillosa oportunidad para celebrar la resurrección de Jesucristo como pueblo de Dios. Les deseo todo lo mejor para ustedes y su familia. Y, por supuesto, tendremos la meditación de hoy sobre el evento especial que transformó la historia y nuestras vidas. Aquí va.
El Santo Evangelio según San Juan, capítulo 20 (1-18)
Gloria a ti, oh Señor.
“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro; y vio quitada la piedra que tapaba la entrada. Entonces se fue corriendo a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo: —¡Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto! Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los dos iban corriendo juntos; pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se agachó a mirar, y vio allí las vendas, pero no entró. Detrás de él llegó Simón Pedro, y entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas; y además vio que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado, y creyó. Pues todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que él tenía que resucitar. Luego, aquellos discípulos regresaron a su casa. María se quedó afuera, junto al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó para mirar dentro, y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús; uno a la cabecera y otro a los pies. Los ángeles le preguntaron: —Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: —Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto. Apenas dijo esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, pero no sabía que era él. Jesús le preguntó: —Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo: —Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, para que yo vaya a buscarlo. Jesús entonces le dijo: —¡María! Ella se volvió y le dijo en hebreo: —¡Rabuni! (que quiere decir: «Maestro»). Jesús le dijo: —No me retengas, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con el que es mi Padre y Padre de ustedes, mi Dios y Dios de ustedes. Entonces María Magdalena fue y contó a los discípulos que había visto al Señor, y también les contó lo que él le había dicho.”
El Evangelio de nuestro Señor.
Alabanza a ti, oh Cristo.
Mi querida familia en Cristo, algunos de nosotros hemos sido llamados por diferentes nombres. Dependiendo del nombre, se puede decir algo sobre la persona que lo llama a uno de esa manera. Quizás sea un apodo que teníamos cuando pequeño, y lo más probable es que tu núcleo familiar o los más cercanos a tu familia en ese momento lo usaran. Tal vez fue un nombre que solo tu madre usó para ti o tu padre. Por supuesto, cuando los padres usan nuestro nombre completo, lo más probable es que estamos en problemas, ¿verdad? Luego están los nombres que los niños de tu edad solían llamarte en la escuela, o tus compañeros de la universidad. Quizás en alguna organización te llamaban por tu apellido. Luego tienes esos nombres llamados por tu cónyuge o pareja, algunos graciosos, otros con ternura. También tienes el nombre que usas ahora para presentarte, y la lista podría continuar.
He tenido curiosidad acerca de cómo me llamará Jesús, ¿qué nombre elegirá? Algo sucede dentro de mí cuando escucho que se ha usado uno de mis nombres particulares. Por no hablar de los títulos.
En la lectura del Evangelio de hoy, mis ojos se posaron en María cuando fue llamada por Jesús. No puedo evitar pensar en cómo debe haberse sentido. ¿Qué tono de voz usó Jesús? ¿Qué estaba pasando en el corazón de María cuando escuchó su nombre de este Jesús resucitado? No lo sé, pero solo puedo imaginarlo. El sonido de su nombre en la boca de Jesús podría haber hecho que María se acercara a quien la amaba puramente.
María estaba haciendo viajes a la tumba y solo puedo imaginar su confusión en medio de su dolor. Debía de estar en un profundo estado de entumecimiento que no la asustó al ver a dos ángeles en la tumba. Probablemente hubo una sensación de sentirse perdida, sin un rumbo a seguir en la vida. Es entonces cuando escucha su nombre, de esa voz que ha aprendido a querer, de una manera que lo cambió todo por completo. Luego usa el título respetuoso para Jesús, “Rabbouni” mi maestro.
Me cuesta entender que hace más de un año que nuestro estilo de vida cambió. Ha sido difícil no mencionar la pandemia de Covid 19 en nuestros sermones. El año pasado nos ha confundido, nos ha hecho más sensibles y quizás más cuidadosos. Conocemos la confusión y el dolor que ha traído a tantas personas en todo el mundo y a personas cercanas a nosotros. Hemos sentido el profundo pesar, separación e incluso la muerte. Estamos cansados. Anhelamos el contacto humano puro, seguro y honesto. Queremos reunirnos en nuestras iglesias con muchos de los que adoran a Dios como nosotros. Queremos cantar y compartir la paz. Queremos recibir la Santa Comunión como solíamos hacer antes de Covid. Algunos son atrevidos, otros no. Y como postre, hemos hecho que nuestras diferencias de opiniones y creencias nos divida. Todavía escuchamos sobre disparos locos de francotiradores, prejuicios hirientes y de cientos de niños que cruzan peligrosamente la frontera solos.
Leí una historia en una caricatura sobre un hombre que había pasado mucho tiempo en una isla después de un naufragio. Un gran barco estaba a punto de rescatarlo. Un marinero llegó a la orilla, se reunió con el hombre y le entregó un montón de periódicos recientes como cumplidos del capitán. El marinero le dijo: “El capitán quiere que lea los titulares y luego decida si realmente quiere que lo rescaten”.
Puedes pensar que es gracioso o no, pero algunas personas pueden pensar que con todo lo que ha estado sucediendo últimamente, se siente como si el mal estuviera ganando y están muy asustados.
Ahí es cuando llega la Pascua, escuchamos a Cristo resucitado recordándonos que no hay una tumba lo suficientemente profunda, ni una enfermedad lo suficientemente fuerte, ni un mal tan separador capaz de mantener a Cristo en esa tumba. Y porque El triunfó sobre el mal y la muerte, nosotros también triunfaremos.
María escuchó su nombre de una manera, como solo su Maestro lo pronunciaba. Solo podemos imaginar las emociones que pudo haber sentido. ¡Está vivo! ¡Es verdad! ¡Todo lo que dijo es verdad! ¡El me llamó por mi nombre!
Ahora Jesús nos llama por nuestro nombre, Julie, Carlos, Camila, Min Yung, Julio, Michelle, Pedro. Nos secamos las lágrimas y escuchamos con atención, como María. Ve a decirle a los demás, le dice. María fue inmediatamente a continuar la misión encomendada por Jesús.
¿Qué les dice ella? Lo mismo que debemos decir nosotros también: “He visto al Señor”. Dios se está reconectando con nosotros. Esas son buenas noticias. Por lo tanto, ¡vamos a contar nuestra historia de Dios!
¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado, Aleluya!
Oremos,
Dios bueno y amoroso, ¿cómo podemos agradecerte por todas tus misericordias y gran amor por nosotros? No solo nos enviaste a tu Hijo, Jesucristo, para mostrarnos cómo vivir una vida llena de tu Espíritu, sino que también lo resucitaste de entre los muertos, para que tengamos esperanza y creamos en tus promesas. Continúa dándonos sabiduría y fuerza al comenzar este nuevo capítulo en nuestra historia. Oramos todo esto por Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y por los siglos. Amén.
Debo decirles que me estoy preparando para viajar nuevamente y espero estar en persona con algunos de ustedes. Por lo tanto, tendré menos oportunidades de grabar estas homilias. La buena noticia es que hemos sido cuidadosos y estamos listos para el siguiente paso en nuestras vidas. Seguiré en contacto por muchas otras razones, como las actualización trimestrales del Sínodo o Synod Updates y más. Por ahora, les dejo con la bendición de Dios.
El Señor te bendiga y te guarde. El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia. El Señor vuelva a ti su rostro te conceda la paz. Amén.