¡Saludos amigas y amigos! Gracias por compartir este tiempo conmigo. El Evangelio de hoy es un poco largo, así que solo leeré los últimos 8 versículos. Dos de los discípulos de Jesús estaban caminando 7 millas desde Jerusalén a Emaús y de repente se les unió un extraño. Su conversación fue profunda, ya que todavía estaban procesando la muerte de su Maestro, Jesús. Pero escuchemos la historia.
El Santo Evangelio según San Lucas, capítulo 24
Gloria a ti, oh Señor.
Lucas 24: 28-35
“Al acercarse al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como que iba más lejos. Pero ellos insistieron: —Quédate con nosotros, que está atardeciendo; ya es casi de noche. Así que entró para quedarse con ellos. Luego, estando con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció. Se decían el uno al otro: —¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras? Al instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron a los once y a los que estaban reunidos con ellos. «¡Es cierto! —decían—. El Señor ha resucitado y se le ha aparecido a Simón». Los dos, por su parte, contaron lo que les había sucedido en el camino, y cómo habían reconocido a Jesús cuando partió el pan.”
El Evangelio del Señor.
Alabanza a ti, ¡oh Cristo!
Gracia y paz son a ustedes de nuestro Padre en los cielos, y de Su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Si has perdido a un ser querido muy cercano, puede relacionarse con esto. Yo tenía 18 años cuando mi madre murió muy repentinamente. Las horas y días posteriores fueron terribles. Hubo negación, confusión, desilusión, tristeza, culpa y enojo todo junto. Recuerdo que sentí que estaba caminando y no sentía el piso bajo mis pies. Solo puedo imaginarme que habían personas hablandome, y yo no tenía idea de lo que decían, podría que les miraba a los ojos y ni siquiera escuchaba sus palabras. Realmente no recuerdo quién estuvo en su funeral y quién nos visitó después.
Desafortunadamente, en mi decepción, dejé de orar. Aunque, me mantuve en contacto con mis amigos y la comunidad de la iglesia, simplemente no estaba hablando con el Señor de la iglesia, mi Maestro.
No fue hasta muchos, muchos meses después, que una amiga de mi madre vino a la ciudad y quería verme. Pasamos tiempo juntos, y al final ella comenzó a orar. Yo estaba esperando escuchar las palabras: “en el nombre de Jesús oramos, amén”, para poderme ir. En cambio, se detuvo y hubo silencio. Un largo silencio que entendí que ella quería que yo también orara. Pero no yo no quería orar, le había dado la espalda a Jesús. Después de lo que parecieron horas, que probablemente fueron solo unos diez minutos, pero bueno, ¡diez minutos en silencio es mucho! Pensé, qué difícil puede ser inventarme una oración, y luego me dejará libre para irme. Entonces procedí y dije: Querido Jesús. Entonces, de inmediato, sucedió algo que no puedo explicar, sentí como si Jesús me abrazara, como si eso fuera todo lo que El quería escuchar. Fue ahí cuando me di cuenta que él nunca se apartó de mi lado, que me estaba cuidando todo este tiempo, llorando conmigo y estando triste conmigo en mi dolor y viviendo conmigo todas esas formas que procesaba mi amargo sentir. Mis ojos se abrieron y desde entonces, me comprometí y dediqué toda mi vida a servirlo.
Y así de simple, te acabo de compartir mi historia de mi camino a Emaús.
¿Sabes? Cristo está allí contigo, siempre ha estado. Este es un momento de muchos sentimientos y lamentos. Todos lo procesamos de manera diferente, pero Jesús está allí. Espero que podamos darnos la vuelta y verlo con los ojos del corazón, y bajar la guardia para ser abrazados por él, ¡Jesús no tiene Coronavirus! Amén.
Por favor ora conmigo,
Querido Jesús, continúas caminando con nosotros en nuestro viaje. Todavía procesamos nuestros lamentos de diferentes maneras. Ayúdanos en nuestras dudas y tócanos, usa a quien quieras, como la amiga de mi madre. Entonces, podremos correr hacia ti y sentir tu abrazo, verte revelado como lo hiciste con esos discípulos en Emaús, para que podamos compartir ese amor tuyo, incluso mientras mantenemos la distancia física, pero con amor. Oramos en tu santo nombre, Jesús. Amén.
Hasta la próxima, quédate con la bendición de Dios.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia.
¡El Señor vuelva hacia to su rostro y te conceda la paz! Amén.
+ Bp. Pedro
Rev. Pedro Suarez, Bishop
Florida-Bahamas Synod, ELCA